Ahora sólo quedan sus palabras, sus poemas y su voz siempre presente en las lecturas. Me regalaron una antología publicada con Ediciones Vitruvio, y me sorprendió su afición a los toros. Casi en la última página encontré esto:
EL SOL DE OTOÑO
(Sevilla, 1993)
A Francisco Brines
El sol del otoño ilumina la plaza,
dora los intensos amarillos de la Maestranza,
que ahora cerrada y muda
ya es símbolo de otro tiempo,
una imagen turística que comento con alguien.
Arte misterioso y extraño, aquí
No puedes -como en un museo- recuperar los cuadros,
sólo silencio y sombras, sedas y sangre,
fantasmales capotes, arrancados carteles.
No queda nada y queda todo:
verónicas, naturales, el brillo de la espada,
que la memoria repite y traiciona
en el borroso albero de los sueños.
Allí donde, lentamente, te despide
la luz definitiva del otoño.
Así todo muere, vuelve a nacer y el oro se convierte en hoja.
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